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I. Detrás de Bio-Mindful-Art

Actualizado: 6 dic 2024

La idea de fusionar estos tres elementos - Biología, psicología y arte - no llegó por iluminación divina, moda, o porque sonara bonito. Creo firmemente que Dios siempre sabe qué personas, lugares y situaciones necesito en mi vida para redireccionar mi foco e interiorizar aprendizajes. Y así fue como llegó la biopsicología, como una opción para continuar mi formación académica en Estados Unidos con mi visa de estudiante. Fue Dios, a través de mi advisor, porque yo nunca hubiera escogido un degree con un track de ciencias por interés propio. Esa decisión y todo lo que trajo con ella fue lo que originó este enfoque.


La salud se ha ido convirtiendo en un valor de vida que he intentado honrar de diferentes formas y en diferentes épocas a través de la autoexperimentación. Sin embargo, yo no había dedicado el tiempo al estudio formal del cuerpo humano, con excepción del cerebro, que hasta hoy, con tres títulos en psicología, todavía no logro descifrar. La verdad es que poco sabía yo que iba a terminar enamorada de la biología celular, de la química y la perfección de los procesos internos del cuerpo humano en mis 30's. 


La biopsicología fue esa "X" que me faltaba en la ecuación que llevaba años intentando resolver a través de millón de herramientas de trabajo personal, terapia, libros de autoayuda, dietas, deportes, podcasts, en fin, todo lo que una mente curiosa puede intentar para atravesar y valorar los momentos de adversidad y de alegría. Y eso he sido yo: una mente curiosa con una memoria limitada, que no termina de aprender y que no tiene nada resuelto.


Mi camino en la psicología ha sido largo. Han sido diez años estudiando la conducta humana, buscando artículos científicos en base de datos, revisando estudios de caso y buscando la mejor evidencia para probar lo que al ego académico del momento se le ocurra. Para ser honesta, y para muchos clichesuda, ninguna clase me ha enseñado más que evaluar mi propia conducta a través del estudio de mi cuerpo en su totalidad.


Siento gratitud por haber tenido el privilegio de estudiar y aprender de profesores increíbles; tener una base académica, independientemente del formato, es importante para desarrollar perspectiva y pensamiento crítico. En mi caso personal, fue viviendo, cometiendo errores, experimentando y atravesando el dolor como realmente pude ver el poder que tiene el cuerpo humano - liderado por nuestro cerebro - de sanar, transformar y crear realidades increíbles. Solo viviendo y cruzando las emociones intensas, entendí que para transformar mi conducta y evolucionar necesitaba más que ir a terapia y seguir coleccionando diplomas. Yo necesitaba conectar con mi propia biología y reconocer el cuerpo humano en su totalidad, sin reducirlo a un solo órgano: el cerebro, que ahora veo como el CEO que necesita que el resto de las partes estén alineadas para poder florecer con propósito, no como una máquina aislada o una mente abstracta.


Cuando atravesé mi divorcio, que fue una de las experiencias emocionales más retadoras de mi vida, la terapia clínica fue una herramienta poderosa, aunque en mi historia no fue la única ni la más importante.  Mi divorcio fue un temblor emocional, no necesariamente por el fracaso de la idea de amor romántico, sino por el trauma de enfrentarme a patrones violentos y hacerme responsable de las heridas y experiencias que nunca había procesado. Me enfrenté al dolor del trauma, el duelo, la ansiedad, y la tristeza en el mejor momento, porque probablemente antes no habría estado lista; necesitaba los cursos anteriores para abrir los ojos e ir profundo.


Desde la primera sesión trabajé con mi psicóloga, una mujer increíble como persona y profesional, en sanar el trauma. La terapia clínica fue indiscutiblemente una herramienta tremenda para aprender a reconocer como mi cuerpo había guardado por años tantas emociones y como nunca había pausado mi vida para transformarlas. La terapia somática y el EMDR fueron claves en este proceso para desarrollar autoconciencia y, finalmente, después de 30 años, dejar de evadir lo que sentía. Fueron meses de terapia clínica semanal atravesando el dolor sin fármacos, pues nunca abrí la puerta a la medicación. 


Pero la terapia no fue lo único. Pasaba horas en mi cuarto pintando corazones y jugando con colores sobre lienzos. En la pintura encontraba el espacio perfecto para expresar con colores lo que me dolía decir con palabras. Con explosiones de color, gritaba mis emociones sin el miedo a ser juzgada, sentir verguenza, culpa, y sin tener que probar a otros mi verdad. En la pintura encontraba un lugar en el mundo, un mundo que en ese momento no tenía mucho sabor.


El arte tampoco fue la herramienta más importante. Después de mi divorcio, empecé a correr en la caminadora. Empecé corriendo una milla y después de correr, hacía ejercicios de respiración que aprendí en la primera sesión de terapia y repetía afirmaciones positivas que yo misma me inventaba. Me terminé enamorando del ejercicio, no por el aspecto físico, sino por la sensación de vitalidad que me hacía volver a conectarme con la realidad. 


Todo esto para resumir que la terapia, la pintura y el ejercicio fueron en su momento igual de importantes para mi proceso de evolución y sanación emocional, un proceso que seguirá acompañándome hasta que tenga vida. 


Y entre la práctica de todas estas herramientas, hubo un momento en el que el mundo volvió a saber bien. No fue un día específico, ni una epifanía o revelación divina. Fue como cuando los niños aprenden a gatear, se paran un día, y de repente, comienzan a caminar. Tenía energía para construir una vida que supiera bien. Empecé a hacer nuevos amigos, a volver a disfrutar el tiempo con mi familia, a enfocarme en mis rutinas, trabajar y seguir estudiando. Y, lo más importante, seguir experimentando, porque vinieron más errores, más heartbreaks, más espejos de patrones no resueltos y millones de frustraciones. El colegio de la vida no tiene stop.


Fue entonces cuando arranqué biopsicología y el máster en psicología positiva. Sin planearlo, fui incorporando nuevos hábitos mientras los estudiaba y los entendía desde la bioquímica. Descubrí el poder de la hidratación y cómo un cuerpo carente de minerales vive en baja frecuencia y le di por primera vez valor al sodio y el magnesio. Dejé de tenerle miedo a la luz solar y empecé a tomar café por las mañanas, dándole la cara al sol y caminando en el pasto frío sin zapatos. Dejé de aguantar hambre y comencé a darle a mi cuerpo los nutrientes que necesitaba sin necesidad de contar calorías y ayunos eternos. Dejé de obsesionarme con los artículos científicos y le subí el volumen a las respuestas de mi cuerpo, que al día de hoy, considero la mejor evidencia. El cuerpo siempre nos habla, pero muchas veces queremos encontrar las respuestas afuera en vez de oír lo que viene de adentro. 


Entonces descubrí que, para seguir evolucionando, necesitaba reconocer y hacerme cargo de mi biología. Ni la terapia, ni el arte, ni la rutina de ejercicio son realmente el todo si no hay una conexión profunda; las respuestas parecen ir más allá: la raíz nace de la profundidad y el origen. Y BioMindfulArt es eso: volver al origen, a la raíz, a conectar con la vida honrando la biología del cuerpo humano. 


¿Descubrí entonces la única forma de evolucionar? No. BioMindfulArt no es una herramienta nueva, sobrenatural, o mística. Es una fusión de conceptos que han existido por años en los libros, en las culturas ancestrales, en la psicología y la biología. 


¿Porqué quise fusionar la biología, la psicología positiva y el arte? Porque me funciona a mí y puede funcionarle a otros, ajustándose, por supuesto, a los objetivos, intereses y valores de vida individuales. Cada persona vive su proceso de forma diferente y encuentra en estos elementos la forma que más lo represente; pues el arte no es solo pintar, el ejercicio no es solo correr y la terapia para sanar no es solo sentarse en un sillón a ser escuchado. 


Sobre la psicología positiva, mi opinión sobre la medicación y cada elemento de esta fusión hablaré en otro post para no extender más este. La conclusión es que detrás de BioMindfulArt hay una historia y un propósito. Creo en este enfoque porque lo practico al día de hoy y veo cómo mi vida tiene color cuando uso mi creatividad, me conecto con el momento presente, me hago responsable de mis emociones y priorizo el movimiento físico. 


No tengo la única fórmula y no creo que exista un solo camino para vivir, me falta mucho por aprender y seguir experimentando. La práctica de este enfoque no hace que tenga la vida perfecta y todo resuelto; solo me abrazo de herramientas y aprendizajes que me ayudan a amar la vida que estoy construyendo y a dar la mejor energía al mundo, incluso en los días nublados. Este es el why detrás.


Bienvenidos a Biomindfulart, gracias por leer

Maria Jose Tovar


 
 
 

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